Cuando la vida te reta, empuja más fuerte.

Empecé a hacer ejercicio en mi adolescencia. Tendría alrededor de quince o dieciséis años cuando el nivel de tolerancia a sentirme mal conmigo mismo por mi apariencia llegó a su límite. En aquellos años el internet no estaba aún a mi alcance, así que mis fuentes de inspiración eran los personajes de las películas que veía los sábados en el canal cinco. Desde muy pequeño batallé con mi peso. Siempre fui de buen comer y durante mi infancia no fui nada activo, no era un niño de deportes, sino más bien me refugiaba entre historietas y televisión. Ni me veía, ni me sentía lo suficientemente mal como para hacer algo al respecto, así que asumí esa identidad. Pero siempre había momentos en que la vida me recordaba que mi cuerpo era diferente al del resto. Y esos momentos se acumularon a tal punto que era necesario tomar acción. Empecé con caminatas y pequeños trotes. Al principio es muy doloroso. Te golpea el orgullo sentirte torpe, conocer que el límite de tu tolerancia al dolor es...