El indeseable vacío en el ocaso del éxito.

 Era el 19 de Marzo del 2019, un Lunes cualquiera. En ese entonces yo era el responsable de los talleres mecánicos de la flotilla de ventas y mi base era en Vallejo. Y un año atrás mi familia y yo nos habíamos embarcado en esta aventura a la que teníamos tanto miedo. Quiero decir, fuera del reto laboral que representaba mi primer gerencia, y en un área con la que no estaba tan familiarizado, nos preocupaba mucho el reto familiar. Mi esposa es de Saltillo, y yo de Monclova. Ambos provincianos. Y como tales, Ciudad de México siempre había sido ese monstruo al que tanto temor tienes de enfrentar. 


Para nuestra fortuna, todo llega a su tiempo y se va acomodando en su justa dimensión. Teníamos ya dos años viviendo en Monterrey y ello nos había preparado para el siguiente gran paso. Antes de mudar a mi familia, me vine solo tres meses en lo que cerraba el ciclo escolar. Una de las ventajas de mi rol (que al inicio interpretaba como desventaja), era que los talleres están ubicados en todo el Valle de México, y ello implicaba manejar mucho y a todos lados. Desde Texcoco, Tlalpizáhuac, Iztapalapa y Neza, hasta Atlacomulco, Tenancingo y Valle de Bravo. Esto me permitió desenvolverme rápidamente en la ciudad y conocer muchos lugares. Mi mayor preocupación al llegar, era en dónde iba a instalar a mi familia, me preocupaba el tráfico, los asaltos, los terremotos, el coste de vida. 


Pero la primera vez que manejé más allá de Santa Fé, pasé por la Marquesa y conocí Toluca, esa respuesta llegó a mí. Siempre cuento el mismo chiste, ya ni siquiera recuerdo si de tanto que lo he contado realmente pasó, o lo inventé, pero cuando me adentré ya en los rumbos de Ocoyoacac, Lerma y Metepec, vi a lo lejos una vaca. Y una vaca solo significa algo: provincia. Así que este era el lugar. Después de varias mudanzas, uno aprende a confiar en las corazonadas. Y funcionó. 


Un año después ya estábamos más que aclimatados. Nos había gustado mucho el lugar. Me estaba yendo muy bien, tenía un gran equipo, estábamos entregando muy buenos resultados y tenía ya la confianza de mis clientes; sin embargo, recientemente se había liberado la posición como gerente de transporte responsable para la zona norte del país. Era la posición que me contrató nueve años atrás. Y era mi sueño profesional. 


Y precisamente en esa región del país. Esa posición tenía todo. Tenía a la familia de mi esposa y a la mía cerca. Sabía lo que había qué hacer. Ganaría lo que en algún momento de mi vida ni siquiera llegué a imaginar. Conocía a los equipos y los clientes. Era la cultura en la que crecimos mi familia y yo. Ahora, también habría que entender que era un "yo" diferente, pero en ese momento de mi vida, esa posición lo tenía todo. Así que cuando me enteré, fuí por ella como se debe ir por cualquier oportunidad que no se quiere dejar pasar.


Había corrido un par de semanas atrás mi proceso para la misma, y lo último que me comentaron fue el tan usado pero temido: "nosotros te buscamos". Ya para la segunda semana la ilusión iba en declive.


Ese Lunes, inicio de la tercer semana, había salido muy temprano de casa para ganarle al tráfico, llegué a las seis de la mañana a entrenar a un gimnasio cerca de la planta y de ahí a trabajar. Eran las 8:56 de la mañana cuando recibí un mensaje de esos de los que te aceleran el corazón: 


"Hola, perdón por avisarte a esta hora, pero, ¿te podrías venir al corporativo? Están todos los de transporte acá, hoy y mañana".


Ese era el sí. Aquel sueño profesional que se veía tan lejano. Hoy recuerdo la escena y me da pena, pero es que es una de las noticias que más júbilo me ha provocado en mi vida. Sin lugar a dudas, es la posición que más emoción me ha traído al momento de recibir la noticia. En cuanto me subí a la camioneta le hablé a Linda para contarle. Estaba muy emocionado. Colgué con ella y sentía yo tanta energía, estaba demasiado contento si es que eso existe. Me sentía muy orgulloso de mí, de aquel niño de 14 años con tantas inseguridades que no sabía que deparaba su futuro. Y empecé a gritar.


Así que ahí voy yo entre las calles de Vallejo, rumbo al Corporativo en Santa Fé, gritando eufórico, con la emoción desbordándome, me sentía tan abundante. Fue un gran momento. Creí que así se sentía el éxito.


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"Aprende a disfrutar del deseo, no del objeto del deseo".


Diego Ruzzarin.


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Dos años después de esa gran noticia, la situación era muy diferente. Estaba yo en mi oficina en Monterrey, desmotivado, tenía ya algunos meses así. Habíamos muy pocos en las áreas de trabajo porque era plena pandemia, y yo me sentía miserable porque no podía apreciar lo que tenía...


¿No se supone que hay un "felices para siempre" después de haber alcanzado el éxito?


Tenía ya todo lo que anteriormente describí que conllevaba este rol. La responsabilidad presentaba retos importantes, y sobretodo en la etapa en la que me tocó. Los resultados eran muy buenos. Mi familia estaba muy bien. Mi relación con los equipos era muy buena. Estaba haciendo un gran trabajo. Pero también sentía un gran vacío. 


Hay una escena en la película El guerrero pacífico, en la que Sócrates promete a Dan encontrar la respuesta a una de sus más grandes dudas en la cima de una montaña. Escala por horas con gran entusiasmo y muchas expectativas, para encontrar solo frustración y desilusión cuando, al llegar a la cima, le es mostrada una piedra cualquiera como la respuesta. Obviamente la piedra no era más que una lección hacia Dan. Si el viaje le brindó felicidad, ¿porqué la expectativa que el mismo recargó en el destino invalidaría el esfuerzo y su emoción en el trayecto?, ¿porqué no aprendemos a disfrutar del deseo en sí mismo y no del objeto del deseo?


Por otro lado, para que exista un viaje, debe existir un destino. Una meta, algo qué esperar. Y no existe un destino definitivo, la vida es constante evolución. Existen hitos en nuestra historia, pero el ser humano tiene la necesidad emocional de soñar, de tener algo a qué aspirar. Alguna vez escuché a Rick Rubin, productor norteamericano, decir que existen personas que hacen de su trabajo su propósito de vida, y también existen personas que utilizan su trabajo para su propósito de vida. Muy cierto.


Pero en el inter en el que descubrimos nuestro propósito de vida, tenemos qué aprender a amar lo que hacemos día a día, y tenemos encontrar que es aquello que debemos trabajar en nosotros que potencíe nuestro estado emocional, y ello nos lleve expresar nuestra mejor versión. Y por último, debemos permitirnos soñar y romper nuestros techos mentales.


Han pasado tres años y he tomado dos roles más desde aquel momento. Hoy mi vida está equilibrada y sé que el éxito no es un destino, sino un hábito. Sé también que soy un ser humano integral que se desenvuelve en distintos ámbitos y sé qué rutinas y actividades mejoran mi desempeño en cada uno de ellos. 


Pero también sé, que lo que conozco de mí ahora, no se compara con lo que tengo por aprender. Y estoy abierto a lo que el universo tenga preparado para nosotros.




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