Crecer en la experiencia.

 "𝘈 𝘷𝘦𝘤𝘦𝘴, 𝘤𝘶𝘢𝘯𝘥𝘰 𝘦𝘴𝘵á𝘴 𝘦𝘯 𝘶𝘯 𝘭𝘶𝘨𝘢𝘳 𝘰𝘴𝘤𝘶𝘳𝘰 𝘺 𝘤𝘳𝘦𝘦𝘴 𝘩𝘢𝘣𝘦𝘳 𝘴𝘪𝘥𝘰 𝘦𝘯𝘵𝘦𝘳𝘳𝘢𝘥𝘰. 𝘗𝘪é𝘯𝘴𝘢𝘭𝘰 𝘥𝘦 𝘯𝘶𝘦𝘷𝘰, 𝘱𝘰𝘳𝘲𝘶𝘦 𝘦𝘹𝘪𝘴𝘵𝘦 𝘭𝘢 𝘱𝘰𝘴𝘪𝘣𝘪𝘭𝘪𝘥𝘢𝘥 𝘥𝘦 𝘲𝘶𝘦 𝘦𝘯 𝘳𝘦𝘢𝘭𝘪𝘥𝘢𝘥 𝘩𝘢𝘺𝘢𝘴 𝘴𝘪𝘥𝘰 𝘴𝘦𝘮𝘣𝘳𝘢𝘥𝘰".


Christine Caine


El Miércoles de esta semana escuché de regreso a casa Compartiendo, podcast de Marisa Lazo, dueña y fundadora de Pastelerías Marisa. Conocí de Marisa y su gran historia de éxito a través de Dementes, episodio que por cierto, les recomiendo mucho. En Compartiendo, Marisa hablaba de un concepto que no había escuchado hasta ese día y me gustó mucho cómo lo desarrolló, la Inteligencia Experiencial.


La Inteligencia Experiencial refiere a la capacidad de una persona para aprender, comprender y aplicar conocimientos y habilidades a través de la experiencia propia. Este tipo de inteligencia, a diferencia de otras, pone un mayor énfasis en la experiencia sensorial, la percepción y la capacidad de adaptarse y responder de manera efectiva a situaciones cambiantes.


El aprender de nuestros propios errores, adaptarse a nuevos entornos y desafíos, y aprovechar al máximo las oportunidades de aprendizaje que se presentan en la vida cotidiana son manifestaciones de este tipo de inteligencia. También implica la habilidad para reconocer patrones, anticipar consecuencias y tomar decisiones informadas basadas en la intuición y la experiencia acumulada.


Esto último es lo que me resulta más interesante, porque no necesariamente las habilidades se proyectan en la misma dirección de su campo, sino que existe una transferencia de las mismas hacia distintos ámbitos, incluído el profesional. Por ejemplo, a mí por muchos años me ha gustado el entrenamiento con pesos y este me ha permitido desarrollar ciertas habilidades que me han resultado muy útiles en mi día a día. La disciplina, perseverancia, gestión del estrés, paciencia, autoconfianza, tomar decisiones bajo presión, entre otras, son habilidades que me permiten desenvolverme mejor profesionalmente. Imagina la utilidad del pensamiento estratégico que te permitiría el ajedrez, el enfoque que te desarrolla la meditación o la lectura, la velocidad de reacción que te brindan los videojuegos, la adaptabilidad al cambio mejorada al exponerte a nuevos entornos frecuentemente.


E imagina ahora la inteligencia emocional y autonomía que te desarrolla el emanciparse, la resiliencia que desarrollamos al superar situaciones de estrés a las que no vemos salida. El amor a la vida al entender e interiorizar tu finitud. Porque como dice Christine Caine, en la reflexión nos damos cuenta que de cada experiencia vivida, podemos cosechar algún aprendizaje.


Hace un tiempo, Linda me compartió un clip de una entrevista a Ruzzarin, en el que hacía referencia a la Filosofía Kintsugi, la técnica japonesa que consiste en reparar la cerámica fracturada con polvo de oro. El concepto nos dice que lo único más perfecto que lo perfecto es aquello que se recupera después del quiebre. Y aplicándolo en nosotros, un ser humano reparado, es más bonito que un ser humano que nunca sufrió nada. 


Porque un ser humano que aprendió y creció desde la experiencia, exponencía su valor.



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