Toma mi mano.

   Santiago nació al poco tiempo de mi cumpleaños número 25. Recuerdo que en aquel entonces yo ya me sentía preparado y lo suficientemente maduro para asumir la responsabilidad del cuidado de una vida humana. Estaba muy lejos de la realidad. Cuidar y guiar a alguien que depende de ti es difícil, sobretodo cuando el objetivo es formar a una persona con los valores correctos, independiente y seguro de sí mismo ante un mundo en un cambio acelerado.

Guiar a un hijo requiere de paciencia, dedicación, amor y una comprensión profunda para alimentar no solo su conocimiento, sino también su carácter. En ocasiones incluso seremos malvados ante sus ojos en pro de desarrollar en ellos hábitos no del todo placenteros al inicio, pero de gran valor compuesto en la vida. La responsabilidad de inculcar en ellos principios sólidos mientras fomentas su capacidad de tomar decisiones es un desafío que demanda gran equilibrio, disciplina y constancia de nuestra parte. Hasta que un día, los hijos emprendan su propio camino, como se dicta en el ciclo de la vida. La mayoría lo vivimos así desde la perspectiva del hijo y lo viviremos así desde la perspectiva del padre. Pero una vez que esto sucede, ¿quién cubre este rol de padre en tu vida?

La respuesta es: Nadie.

Y es que nadie va a venir a obligarnos a salir de la cama como lo hacían cuando éramos niños. Nadie va a venir a animarnos, a empujarnos cuando no estamos motivados, a cambiar nuestros hábitos, ni a decidir lo mejor para nosotros. Y sí, algunos tenemos una red de apoyo en la cual recargarnos y pedir consejo, pero ellos no van a hacer lo que hace falta por nosotros. Es nuestra responsabilidad. Y a menos que entendamos esto, no vamos a lograr avanzar hacia nuestros sueños.

Tenemos qué aprender a cuidar de nosotros al igual que cuidaríamos a alguien bajo nuestra resguardo. Y de la misma manera que lo hacemos con un ser amado, ello implica disciplinarnos, apapacharnos, motivarnos, tener un diálogo interno sano e impulsarnos a desarrollar esos hábitos que nos permitirán evolucionar.

Hace algunos años capturé en mis notas esta idea que escuché de un audiolibro y me gustó mucho: Mi responsabilidad como padre es darles a mis hijos la formación, educación y preparación profesional para que tengan un plan seguro de salida. Su responsabilidad como hijos, como seres humanos, es ser felices y tener una vida extraordinaria.

Y ello implicará, en algún punto, cuidar de si mismos como cuidarían a alguien que dependiera de ellos, al igual que en este momento me corresponde a mí, hacerlo conmigo.

"Leía y caminaba durante kilómetros a lo largo de la playa, escribiendo malos versos en blanco y buscando sin cesar a alguien maravilloso que saliera de la oscuridad y cambiara mi vida. Nunca se me pasó por la cabeza que esa persona pudiera ser yo".

Anna Quindlen.



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