MCMLXXXV.

 No recuerdo puntualmente el día de esta foto. Pero sí recuerdo que cuando éramos niños nos gustaba mucho ir al Parque Xochipilli. Y no es que nos llevasen con tanta frecuencia, quizá por eso cuando lo hacíamos era especial. Un Domingo cualquiera, sin previo aviso, Papá nos apresuraba para que nos alistáramos y nos llevaba caminando al parque. A ojos de un niño, era un camino muy largo, pero siempre la expectativa de llegar a correr, jugar y rodar por el césped te ayudaba mantener el ánimo. Íbamos muy temprano, para que cuando el sol apretara, ya estuviéramos lo suficientemente gastados para poder regresar a casa.


Crecí en Monclova, Coahuila. Entre las colonias Picasso, el Pueblo y la Leandro Valle pasé dieciocho años de mi vida. Y aunque el salir de ahí me ayudó mucho en mi progreso, es un lugar que con nostalgia sigo considerando mi hogar. 


Desde pequeño siempre fui muy reservado, me gustaba pasar mi tiempo leyendo historietas, cuentos, fantaseando y viendo películas en la televisión. La escuela no fue un problema para mis hermanos ni para mí, en casa fueron disciplinados con nosotros y sabíamos cumplir con nuestros deberes. Tuve buenos maestros, recuerdo con especial cariño a dos de ellas, a mi maestra María Elena y a mi maestra Paty, que siempre me animaban a confiar más en mí y me exponían a situaciones que me permitieran retarme y entender que podía entregar más de lo que creía.


Ya más avanzada mi infancia, como muchos otros, viví algunas situaciones complicadas, recuerdos vagos, quizá solo flashes y la emoción detrás de ellos. Y durante muchos años viví enojado con la vida. Conmigo. Por aquel tiempo leí un libro, Lobo, en el que se contaba la historia de un hombre que, dada su condición, se refugió en las montañas alejado de la sociedad por temor al juicio público, y al daño que pudiera causar si cedía a sus instintos. Él no había pedido ser así. Y nadie entendía porqué había partido. Solo él. Y yo fantaseaba con ser él.


Fue una etapa oscura. Pero afortunadamente solo una etapa. Eventualmente entendí algo que Wayne Dyer no pudo haber resumido mejor en una sola frase: "Cuando cambiamos la manera de ver las cosas, las cosas que vemos, cambian".


La vida es un flujo continuo de experiencias, emociones y aprendizajes. Y el cómo vemos en nuestro día a día la realidad y el mundo que nos rodea, depende en gran medida de la percepción general que tenemos de esta. Vemos al mundo como creemos que es. Y dado que nuestros pensamientos se retroalimentan de las experiencias que transitamos y las emociones que nos generan, podemos caer fácilmente en un bucle de negatividad e infortunio si no nos hacemos conscientes de aquello que Earl Nightingale llamaba el secreto más extraño: 


"Nos convertimos en lo que pensamos la mayoría del tiempo".


Hoy por la mañana, mientras me estaba bañando, recordé un momento muy bonito que viví por allá del 2017. En aquel entonces yo era cliente asiduo del Sorteo Tec Mi sueño, teníamos un año de haber dejado Saltillo y las cosas pintaban muy bien hacia adelante, no sabía ni qué, ni cómo, pero tenía esta sensación de que todo iba a salir bien. Precisamente ese día, mientras me bañaba en el gimnasio estaba pensando en qué afortunados seríamos si me ganara la lotería, y de pronto, en un momento de iluminación, caí en cuenta de que ya me había sacado la lotería. Tenía una hermosa familia, una esposa amorosa, salud, un trabajo estable en dónde estaba construyendo una carrera sólida. Un futuro prometedor. Fue uno de estos momentos en los que experimentas algún tipo de energía recorriendo tu espina dorsal y una sensación de plenitud en tu corazón. 


La semana pasada fue mi cumpleaños número 39. Y puedo presumir que soy igual o incluso más afortunado hoy. Tengo los mismos tesoros, pero con más experiencias y aprendizajes en el bagaje. He conocido y colaborado con grandes personas, he construído también una red más amplia de interacción, profesionalmente hablando, y transitado por varios retos que me han permitido complementar mi aprendizaje. 


No sabemos lo que nos depara el mañana. Aquel día mientras rodaba por el césped en el Xochipilli no tenía idea de las aventuras que viviría más adelante. Aquel niño molesto con la vida que fantaseaba con escapar, hubiera desperdiciado menos tiempo en el arrepentimiento si hubiera sabido de las alegrías que llegarían a él. Y mi yo de 32 años, estaría muy orgulloso de saber que su corazonada era cierta.


Estoy a un año de mis 40. Y si bien pudiera ser un año más, yo sí lo considero un checkpoint en mi vida. El futuro continúa siendo prometedor y me encanta mi presente. Les agradezco enormemente todas las felicitaciones, buenos deseos y detalles que me hicieron llegar. 


Empieza la cuenta regresiva.




Comentarios

Entradas más populares de este blog

Hace poco tuve un sueño…

¡Sal de ahí!

Un Domingo cualquiera.